Poesías, relatos, cine, música... Un remanso en medio de este apocalipsis (grupo EFDLT)

Placer mutuo

Placer mutuo
Moda poética (ediciones limitadas)

lunes, 30 de enero de 2012

Soledad erecta


Algún día —mal visto lo intemporal para desnudarte
en algún súbito momento con el aire que origina
la sed hasta que es razonable penetrar en esta
noche persiguiéndote con la avidez de un bonobo—,
como levitando —jamás vi levitar a nadie pero
ha de ser justo como cuando te imagino ahora
posándote sobre mis vellos: eterna bienvenida a
lo extremo—,
desde el abismo hasta la cumbre de un mismo
deseo inefable —lo ubico en la inmensidad para
poder abrazarte en algún lugar inconcreto con la
calidez que desprende acariciar lo impalpable
hasta conseguir sentirlo aún más adentro—, 
estarás —de eso estoy seguro aunque no pueda
concretar ni cuándo ni cuánto ni por qué—,
pero, mientras tanto, continua manifestándote
exultante ante mi erecta soledad.

martes, 17 de enero de 2012

Extraña de Pablo Navidad la (II)


De acuerdo, pensó Pablo, creer que era el día de Reyes es fruto de mi imaginación e impaciencia pero, no dejaba de ser Navidad, ¿quién y por qué había retirado todos los adornos navideños del salón?
Escuchó ruido en la cocina, seguramente eran sus padres desayunando, miró la hora en el reloj de pared, las cinco de la mañana descartaba la opción del desayuno. También se podría tratar de una banda de ladrones vampiros que roban la ilusión concentrada en la decoración navideña para repartirla en su ciudad subterránea. O quizá fuesen los mismísimos Reyes Magos que alertados por el estruendo de su carrera habían escapado por la cocina arramplando con todo en su huida.  Pero la angustia no lo acorraló hasta que consideró que lo más probable es que hubiese despertado dentro del último de sus sueños —no era la primera vez que le ocurría, ahora tendría  que encontrar la forma de volver a quedarse dormido lo antes posible dentro de esta pesadilla. La última vez tardó dos días en conseguirlo, ya que, huyendo de una tribu de caníbales en el Amazonas no le resultó una tarea fácil conciliar el sueño—. Sin duda, la opción más lógica sería subir sigilosamente las escaleras, meterse en la cama y contar ornitorrincos como le aconsejaba siempre su padre, hasta quedarse dormido —no sabría explicar por qué esa recomendación de su papá le parecía cada vez más una broma a su costa—
Así lo hizo, así lo intentó, quiero decir, porque en cuanto subió el último escalón no pudo reprimir la instintiva e inexplicable tentación de echar un último vistazo sobre sus pasos observando perplejo como un grupo de enanos, o nomos, o duendes estaban intentando llevarse un piano de pared que había sido el regalo de Reyes de sus padres el año pasado, y que él consideraba el mejor regalo que jamás habían hecho. No podía quedarse allí sin hacer nada mientras esos ladrones de cuento le quitaban parte de su presente y, ahora también, de su pasado.

domingo, 1 de enero de 2012

Extraña de Pablo Navidad la (I)


Los siete años de Pablo lo hacían demasiado pequeño para comprender del todo lo que significaba la Navidad y el por qué de lo que en ella acontecía. Demasiado pequeño para evitar que con el paso del tiempo eso dejara de suceder. Para él la Navidad era un árbol adornado con delicadas figuras que ya no podía desmantelar sin esperar terribles represalias de sus padres, el mismo Belén de siempre en el mismo solemne e inadvertido lugar, y unas calles llenas de luces de colores: unas imitando objetos y criaturas celestiales, otras eran figuras irreconocibles o abstractas de las que le gustaba pensar que eran personajes del infierno reclamando su porción de felicidad —si existían era porque Dios lo permitía, aunque el motivo fuese inescrutable, y por ello sería de una crueldad imposible de atribuir a Dios privarles por completo del espíritu navideño—.

El día de Noche Vieja era un día como otro cualquiera si no fuese porque, sorprendentemente,  el resto del mundo no pensaba cómo podrían saltarse el tiempo que sobraba entre fin de año y Reyes. Las horas de caracol que se arrastraban hasta que por fin descubría materializados sus deseos eran innecesarias, infinitas, pegajosas, definitivamente prescindibles. No sabía qué idear para conseguir que esta noche fuese la última. Suspiraba profusamente cada vez que se imaginaba acostándose agotado después de tragarse enteras casi todas las uvas, y despertando poco después rodeado de regalos.
Pensaba que esa sería la forma ideal de transcurrir el tiempo: concentrar las fechas donde somos felices y eliminar el resto. Así que después de festejar la entrada del nuevo año con su familia se fue a la cama deseando con todas sus fuerzas que el tiempo le regalase sus horas y avanzase hasta la mañana del seis de enero. Lo deseó con tanto afán que en cuanto despertó salió corriendo escaleras abajo en busca de los paquetes que estarían sin duda alguna a los pies del árbol de navidad. En cuanto dejó de mirar los escalones que bajaba de tres en tres y alzó la cabeza comprendió que algo incomprensible ocurría, su sonrisa fue menguando, sus ojos recorrían todo el salón frenéticamente como buscando aire para respirar. ¿Dónde estaba el árbol, las guirnaldas, el belén? Se preguntaba cariacontecido...

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