Poesías, relatos, cine, música... Un remanso en medio de este apocalipsis (grupo EFDLT)

Placer mutuo

Placer mutuo
Moda poética (ediciones limitadas)

lunes, 25 de noviembre de 2013

El jardín de las Hespérides


El Jardín de las Hespérides era un huerto que la Diosa Hera tenía en occidente. Hay numerosas hipótesis sobre la ubicación de este vergel pero, a mí, por mi condición de andaluz, me gustaría que ésta fuese la más acertada y aceptada:
Según algunos poetas y geógrafos se situaba en el norte de África, concretamente en Tartessos, lo que hoy conocemos como el Valle del Guadalquivir, en Andalucía. Las Hespérides eran tres ninfas, Hesperatusta, Egle, y Eritia, que cuidaban los manzanos de cuyas ramas brotaban unas manzanas doradas que otorgaban el don de la inmortalidad. Aquellos árboles crecieron de la fruta que la Diosa Gea regaló a Hera con motivo de su casamiento con Zeus  
Como la Diosa Hera no confiaba del todo en las Hespérides, ya que éstas a veces recolectaban las manzanas y cantaban junto a unas fuentes de ambrosía solo para su disfrute, también puso de guardián del jardín a Ladón, un dragón de cien cabezas, cada una de las cabezas hablaba un idioma diferente. Ladón acabaría muerto a manos de Heracles que logró así  llevarse las manzanas en uno de sus doce trabajos.

jueves, 14 de noviembre de 2013

El jardinero de María (IV). La expectativa


¿pensará unos segundos en mí? Seguramente habrá llegado ya a una conclusión, puedo imaginarla entrando en el cuarto de baño y diciéndole al espejo: “Después de todo, el salido del jardinero no parece un mal chico, tiene cierto mérito la forma en que ha salido airoso del trance, no me importaría conversar un rato con él en otras circunstancias, podría ser interesante”.
Me convencí de que debía existir un poderoso e insondable motivo por el cual un desafortunado incidente me había convertido en uno de los seres más afortunados de este tiempo.
Esa tarde llegué a casa pensando que en una semana tendría tiempo suficiente para planear mi próximo encuentro con María. Fuese cual fuese la impresión que le hubiese causado ese día, durante la jornada del martes siguiente tendría que mostrar lo mejor de mí. No sé qué aficiones tiene o qué le interesa pero estoy seguro de que es una apasionada del arte, esa forma serena y contemplativa que tiene de observar a solas es una táctica conquistada de perseguir toda belleza que clama inadvertida. Además está Calaf, un Golden Retriever con nombre de príncipe al que ella adora. Si hay algo en lo que podemos coincidir infinitamente es en Puccini y, sobre todo, en los bichos, mis bichos —siempre he soñado con ser el eslabón perdido que sintonizase con ellos, y poder garantizar su protección en este mundo agónico que sodomizamos, por eso tengo claro que moriré por un exceso de confianza, a manos del instinto o la testosterona—. Sin embargo, quién sabe dónde está la clave que confirma a la persona que deseamos  sin mesura como la idónea en el transcurso de los actos y de los días, que es ella la idea, el cuadro, el espejo donde vernos madurar agradecidos, en vez de languidecer. Realmente, ¿el que busca algo tan especial sabe qué lo define, o qué ha de coincidir?
Siendo optimista diré que no he conocido a muchas parejas que irradien ese grado de comunión, de simbiosis no adulterada por intereses o cobardía.
Pero la mayor virtud del amor es impedirnos que la realidad empañe la ilusión que nuestra necesidad de ser feliz esparce como una droga espiritual por cada sentido...

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El jardinero de María (III). Primer encuentro


 
esperando que algo, a mí me gusta imaginar que alguien, como yo, por supuesto, le ayudase a descubrir la belleza que alberga la verdad que aún sobrevive en el mundo—.
Que transcurrieran unos segundos antes de matarme me colmó de esperanza. Eso significaba que había considerado por un instante la posibilidad de que mi alegato fuese cierto, puede que hasta tierno.
—fuera de aquí —me dijo—, hablaré con mi marido para que contrate a otro jardinero lo antes posible—.
Entonces mentí como un bellaco: —No, por favor, no puedo perder este trabajo, le prometo que estaba podando los helechos cuando la vi tan hermosa en el cristal que no pude hacer otra cosa, si usted fuese cualquier otra persona me comprendería. No fue premeditado, perdóneme, le juro que no volverá a ocurrir, por favor, tengo una hipoteca, un perro, un gato, un terrario lleno de reptiles, no querrá usted dejarnos a todos en la calle—.
Me quité la gorra, me la puse en el pecho y miré sumisamente al suelo suplicando su perdón, la oí e inmediatamente y de soslayo la vi darse media vuelta sonriendo para terminar diciendo mientras se alejaba hacia unas escaleras: —bien, me pensaré lo que voy a hacer con usted, ahora váyase—.
—¿Me permite terminar mi jornada aquí? —le pregunté con un tono lastimero— No puedo decirle a mi jefe que me ha echado usted del chalé—.
—Está bien, está bien, —me contestó mientras subía la escaleras prácticamente desnuda, sobradamente perfecta— olvidaremos todo por esta vez, me ha oído, solo por esta vez—
Pasé de un estado apocalíptico donde, desterrado de ella, sólo podía imaginarme holocaustos en cadena, a otro de euforia contenida, además de continuar siendo su jardinero había mantenido una conversación medianamente original con ella. Juraría que cuando se giró dando su veredicto llevaba una sonrisa en los labios provocada por una ingeniosa reflexión mía. Salí al jardín. No sabía muy bien qué hacer. Tenía que seguir trabajando pero no podía poner una sola neurona a disposición de algo que no fuese imaginarla en aquel preciso momento pensando en lo que habíamos protagonizado...

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